¿Cómo puede ser que haya dos Chupetes Únicos?
Dibujante:
Jan
Guionista:
Jan
Editorial:
Editorial Bruguera (posteriormente Ediciones B)
Colección:
Olé Superlópez
Número:
5
Género:
Aventuras, humor
Año de publicación
1980 (primera edición)

La historia de Superlópez no puede entenderse sin la editorial Bruguera. Tras su breve paso por la pequeña editorial Euredit, Jan rescató al personaje para en gigante del tebeo español, que hizo su aparición en revistas como la segunda época de Tío Vivo desde 1974. El autor no estaba nada satisfecho con el encorsetado estilo “brugueresco” que ahí se imponía, y delegaba los guiones en Conti (que se hacía llamar Pepe para la ocasión) y Efepé. Con el cambio de aires que se dio a finales de los 70 en la editorial, no obstante, la serie experimentó tal evolución que terminaría constituyendo el pináculo de las historietas Bruguera en lo referente a guión y grafismo. Es más, su estilo acabó siendo tan distinto que me cuesta englobarlo dentro de dicha escuela. No en vano el propio Jan tampoco lo considera así. En esas materias, resulta más parecido al cómic francés y belga, donde el estilo caricaturesco y algunos toques de humor no están reñidos con una trama más o menos seria y madura y una relativa complejidad gráfica, como Spirou, Iznogud o Papyrus, entre otros.

Así, desde que se encargase de su serie en solitario a partir del número 4 (Los alienígenas), hizo despliegue de unos guiones elaboradísimos por la documentación utilizada, y que desbordó con mucho las referencias superheroicas de su etapa con Efepé. En La Caja de Pandora (Olé #8), combinó la ciencia ficción con un torrente de referencias mitológicas de multitud de religiones. La gran superproducción (Olé #9) caricaturiza el mundillo cinematográfico en el número con humor más delirante, catastrófico y alocado que he leído hasta la fecha en esa colección. El asombro del robot (Olé #14) hila de forma sublime multitud de citas filosóficas y conceptos relacionados con la misma. Los ladrones de ozono (Olé #22) aúna nuevamente la ciencia ficción con otros elementos, en su caso la contraposición de un escenario similar al descubrimiento de América (hay referencias al mismo por todas partes, empezando por el descubridor de la Tierra, Kon-Kolón) con un panorama contemporáneo cuyos resultados en ocasiones rozan la hilaridad.

En este artículo voy a reseñar una aventura que se sustenta en esas referencias culturales multidisciplinarias: El Señor de los Chupetes (Olé #5). Habrá quien piense que podría haber seleccionado alguna obra que tuviese como base la investigación documental de Jan. También, con toda la razón del mundo, podría argumentarse que su estilo no está aún del todo maduro, y que le quedaban muchos recursos y elementos por mostrar. Incluso, a la inversa, se puede sostener que, de haber querido representar el punto de inflexión con respecto a los guiones superheroicos de Efepé, podría haber seleccionado Los alienígenas, en lugar de su segundo exponente. Y no me escondo: todo eso es cierto, pero esta historieta tiene un gran valor sentimental para mí, puesto que me fascinaba de niño. Eso no quita que, objetivamente, tenga calidad más que de sobra para que esta reseña ejerza de catalizador para mi segundo homenaje a la serie de Jan.

La historia comienza con Juan López caminando por la calle con cara de pocos amigos, dirigiéndose con poca convicción a una cita en el cine con su novia Luisa. De repente, recibe el impacto en el ojo de un chupete que había salido disparado de la boca de un bebé. Tentando a llevárselo a la boca, unos llantos le llevan a descubrir a su pequeño propietario. Cuando ya se disponía a devolvérselo, es perseguido a bolsazos por su abuela, quien creía que había robado su chupete a sabiendas. Acto seguido, intercede un agente, que lo único que consigue es que se monte un buen tumulto. Aprovechando la ocasión, López se escabulle para adoptar la identidad de Superlópez, aunque eso no evita que vuelva a ser perseguido por la abuela tras recoger el mismo chupete, que se había caído al suelo. Es en ese momento cuando hace acto de aparición un misterioso hombrecillo que le hace probar un chupete. Entonces, sucede algo extraño. La anciana, desconcertada, deja de seguirle y vuelve por donde ha venido. ¡Se había vuelto invisible!

El chupete que le da el misterioso hombrecillo le vuelve invisible.

Este extraño personaje, un hombre bajito, barbudo, de gran nariz y ataviado con un sombrero (que oculta su calva), gafas oscuras y gabardina, guía a nuestro héroe hasta un sótano mientras le relata la naturaleza del chupete que le acaba de dar y su papel en toda la historia. Se trata, nada más y nada menos, del gran Chupete Único, creado por el siniestro Tchupón. Además de éste, también creó seis Chupetes Negros, con los que corrompió a sus seis servidores, los Chupópteros Negros. El influjo de los chupetes en la humanidad se fue acrecentando de generación en generación (aparece un flashback en el que, desde las cavernas, los bebés lloran más y más fuerte cuando le quitan su chupete). Esa sería también la raíz de tics compulsivos como morderse las uñas, chupar bolis o mascar chicle. No sólo eso, también la adicción al juego, al fútbol, a la tele… ¡Son la raíz de todos los vicios, una amenaza para la humanidad! Por eso le arrebató el gran Chupete Único a Tchupón, pero, sin su influencia, los Chupópteros Negros se independizaron de su amo y actuaron por su cuenta, no quedándole más remedio que acudir a Superlópez para que les haga frente.

Éste, que no se cree una palabra y le toma por loco, le manda a paseo y vuelve volando a casa, sin ser consciente de que se lleva el chupete con él. Allí descubre que, en efecto, tiene poder de manipular su voluntad tentándole a llevárselo a la boca y de hacerle invisible. Además, le hace llorar como un bebé si alguien se lo saca, como pudo comprobar cuando Luisa (que fue a cantarle las cuarenta por dejarla plantada) le dio un bolsazo tras quitárselo al ver el chupete aparentemente flotando en el aire. Con ello, decide enfrentarse a los malvados chupópteros. Eso sí, después de la oficina. Lo que no sabía nuestro héroe es que el metro en el que viajaba estaba controlado por uno de los Chupópteros, y que le llevaba directo a su guarida. Tampoco que le seguía el mismo hombrecillo que le dio el Chupete Único, con una actitud no poco sospechosa…

Un metro que se dirige a la guarida de uno de los Chupópteros Negros. Así da comienzo su aventura.

Cualquiera que conozca el universo de Tolkien habrá captado desde un primer momento las referencias a El Señor de los Anillos. No hace falta ser un lince para ver los paralelismos entre el Anillo Único y el Chupete ídem, los nueve Jinetes Negros con los seis Chupópteros con sus respectivos chupetes y el Señor Oscuro Sauron y Tchupón. Cuando era niño, Peter Jackson todavía no había sacado su trilogía (y, por lo tanto, aún no era mainstream, reduciéndose su conocimiento y culto a unos pocos frikis), y tampoco había leído los libros, pero sí conocía la película de animación de 1978 dirigida por Ralph Bakshi, y me encantaba. Llegué a verla tantas veces en la cinta en la que la tenía grabada que terminé rompiéndola. Por lo tanto, el concepto de mezclar una parodia de Superman con una de El Señor de los Anillos me fascinaba. Eso sí, no esperéis más similitudes con el mundo de Tolkien. Al igual que pasa con Superman, Jan va totalmente por libre en el desarrollo del mundo creado bajo su lápiz, y eso es parte de lo que hace tan especial a su obra.

La historieta se estructura en ocho capítulos de ocho páginas cada uno (salvo el último, que tiene seis), que es lo que ocupaba su espacio en las revistas de Bruguera (en su caso, en Mortadelo Especial) antes de su compilación en este volumen. En cada una de ellas, Superlópez habrá de vérselas con un Chupóptero Negro para arrebatarle su chupete (que no durará mucho en sus manos, pues el hombrecillo misterioso se lo robará a su vez). Tal y como se ve en el flashback, en un primer momento Jan no tiene una idea nítida del aspecto que tendrán los mismos, más allá de llevar una túnica larga con capucha que les cubre toda la cara y ser tan narigudos como su amo, pues no se parecen a los que finalmente veremos en acción contra nuestro héroe (¡y, además, aparecen siete!).

Los Chupópteros del flashback eran diferentes… ¡Y siete!

Eso sí, una vez que entran en escena, vemos que ha sabido dotarles de características únicas a todos ellos. Varía la forma de su capuchón, el contorno de su nariz, su constitución física y, cómo no, su personalidad. A menudo presentan muletillas algo cargantes (por ejemplo, Chupadelpote no para de decir “qué aburrimiento” y, en contraposición, para Chupechín todo es “muy divertido”). Lo mismo cabe decir de sus bases. La mayoría están en ruinas subterráneas, pero otras se sitúan en complejos tecnológicos. A ninguno de ellos le faltan esbirros. En lugar de orcos, tienen tropas de pistoleros y espadachines de ratas y cerdos antropomorfos, descalzos y con túnica con capucha como ellos, además de armamento aparatoso y futurista y robots. Cuando era pequeño me fijaba en cada detalle del cómic, y no me costó mucho distinguir las variaciones de cada ejército. Por ejemplo, el del primer chupóptero es el único que tiene pájaros, cerdos con cuernos y perros (quizás porque aún no había consolidado la tipología de las huestes). Por otro lado, mientras que en unos predominan abrumadoramente los cerdos, en otro lo hacen las ratas. Incluso el uniforme varía, pues en algunos, en lugar de estar encapuchados, llevan cascos futuristas.

En lo que no caí en su momento, pero sí ahora mismo, como quien dice, es en el error de continuidad de la portada. Aparte de que El Señor de los Chupetes no luce su gran nariz (imposible no reparar en ello), vemos que apunta con su chupete a un Superlópez muy enfadado que se dispone a enfrentarse a él… con el suyo colgado al cuello. ¿Cómo es posible que haya dos Chupetes Únicos?

¿Cómo puede ser que haya dos Chupetes Únicos?

Por lo demás, el estilo es lo que vemos a lo largo de toda la serie. Aventuras por doquier sazonadas con toques graciosos o simpáticos, llegando a romper la cuarta pared en alguna ocasión (como cuando, tras usar a una gran serpiente noqueada como cuerda, se dirige al lector diciendo “sí, ya sé que puedo volar y no necesito hacer esto, pero así la historieta es más entretenida”). Y, por supuesto, con un héroe haciendo gala de sus principales superpoderes como la supervelocidad (taladra a toda prisa un túnel sólo con su índice y anular antes de que Jan le añadiese la característica de volar haciendo el gesto de los cuernos) o el superaliento, y resistiendo todos los golpes que le propinan. Eso sí, viendo las estrellas en todo momento y con chichones, y pasando cada vez más hambre y fatiga. Como ya mencioné en conociendo a Superlópez, siendo humano hasta como superhéroe, en definitiva.

Por lo que respecta al grafismo, esta es la etapa del Juan López repeinado y chupatintas gafotas que tanto me gustaba (muchos de los números más antiguos los compraba adrede para ver el origen y la razón de su cambio de peinado), pese a que en este número no las lleve en ninguna viñeta. A nivel de técnica, vemos una vez más que lo caricaturesco no está reñido con el detallismo. Las viñetas de Jan están hechas para que el ojo vague por ellas en busca de detalles que haya pasado por alto en una primera lectura. Unos ojos dentro de una papelera, una manzana mordida junto a una calavera en el contexto de las catacumbas, un orinal tras una columna y, aunque aún no han hecho acto de aparición esas pequeñas criaturas narigudas que nadie parece ver (los Petisos Carambanales), sí aparecen insectos aquí y allá, como abejas o mariquitas. Eso sí, por lo que respecta a la labor de los coloristas, aún no es perfecta. Aunque en ediciones posteriores de este volumen dejaron de pintan con colores aleatorios viñetas enteras (algo que, por desgracia, no cambiaron en números anteriores), todavía hay colores extraños en algunos momentos.

Una simpática ruptura de la cuarta pared para aclarar lo que muchos pensamos al ver esta escena.

Por cierto, a modo de curiosidad, descubrí recientemente que Tchupón reaparece en Viento en los dedos (Magos del Humor #203). Al menos, a juzgar por su aparición en una esquina en la portada (esta vez con nariz) y la mención en la sinopsis de la aparición de “un viejo y terrible enemigo”. Me hizo mucha ilusión, y espero leerlo más pronto que tarde.

En conclusión, puede que tras El Señor de los Chupetes no haya el trabajo ingente de documentación como ocurre en otras obras con un trasfondo más realista, pero sí vemos la imaginación y creatividad de Jan en toda su ebullición, con entornos fantásticos, inverosímiles e intrigantes y situaciones serias con un regusto surrealista o incluso un poco absurdo. Quizás por eso me gustaba tanto de pequeño, además de las mínimas referencias tolkienianas. Y es que, aunque algunos los consideraba disfrutables, había muchos detalles en la historia y los diálogos que se me escapaban, simple y llanamente porque aún carecía de la madurez necesaria para comprenderlos. Es una pena que luego me olvidase de él para centrarme en otros menesteres dentro y fuera del mundo del cómic. Recientemente los he redescubierto y su lectura me parece una delicia. Cierto es que las críticas de sus obras más recientes no son las mejores. Hay quien dice que su nivel bajó bastante con respecto a clásicos como El Señor de los Chupetes. Ahora bien, teniendo en cuenta que Jan es una persona que se mueve esencialmente por motivación y que estaba cada vez más desanimado por la bajada de las ventas de sus cómics, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?

En este número hace uno de los usos más espectaculares de su supervelocidad.

Hoy el mundo es un poco más gris por el fin de la publicación de las aventuras de este mítico personaje que, con todo, quedará en los anales de la historia del cómic español.

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