Vuelve la nostalgia

Por Serenion

Y otro año más empieza a atufar a nostalgia aquí, en Combogamer. Sí, queridos amigos, vuelve vuestro tema del mes favorito: Aquellos maravillosos años, parte 2. El tema del mes de los viejóvenes, los cuñados y los jóvenes post millenials que nadan contra corriente. Glam Rock, VHS, televisiones catódicas, el Grand Prix, Atari 2600. El bollicao, los tigretones y los Power Rangers. Un tamagotchi, Kurt Cobain y unas deportivas J’hayber. Todo eso mezclado con los olores de tu infancia, con un poco de sudor de dependiente de videoclub y sangre de Marsupilami. Así obtenemos un auténtico tema del mes, uno bueno y maravilloso, de esos que te hacen sentir triste y feliz a la vez. Una nueva ocasión para recordar esos domingos viendo Expediente X, esos mediodías viendo las Tortugas Ninja en el programa de Leticia Sabater. El aire de verano y de Megatrix o las infinitas publicidades de juguetes navideños. Como el Almendro o Martes y Trece, volvemos por navidad.

Así que espera al final de nuestra carta de ajuste, hazte un colacao y prepárate, porque con Héroes del Silencio sonando de fondo y Miliki en una pantalla sin volumen comenzamos el viaje en el tiempo.

Al «todo a 100» en busca de aventuras de Pafman

Por Alf

Ya conté en la primera parte de este nostálgico tema del mes cómo conocí por primera vez Mortadelo y Filemón. También dónde obtuve mi primer ejemplar de uno de esos tebeos de la colección Olé, en un kiosko que, por aquel entonces, se encontraba justo en frente del cole. Pues bien, justo subiendo la calle de detrás de éste, más allá del cine (ahora hay un supermercado), había un bazar, o “todo a cien” de las antiguas pesetas (actualmente es una perfumería). Y, en algún lugar entre sus baldas, residía lo que para mí era un verdadero tesoro: ejemplares de las revistas de Supermortadelo y Mortadelo Extra. Debían estar de stock, pues hacía ya unos pocos años que Ediciones B las había clausurado, pero no me importaba. Siempre parecía haber alguno (puede que fuera de los pocos que los buscaba, si no el único del lugar), y si había alguno que se me resistía, los encontraba en un montón de la feria del libro de mi ciudad, siempre que no fuesen números demasiado antiguos.

Aparte de un fragmento de las aventuras de Mortadelo y Filemón, había varios mundos, varios microcosmos más. Los buenos tiempos de Bruguera habían pasado, abundaban temas de humor rancio que nunca me gustó, pero ahí de todos modos estaba Hug el Troglodita, los casos del Inspector O’Jal, Traqui y Tronco, Los Xunguis, y, muy por encima de todos ellos (para mí), Pafman. Me gustaba tanto esa serie que, cuando ojeaba el número (solía estar por el final) me llevaba una decepción mayúscula si no estaba. Casi lo compraba sólo por sus historietas.

Francamente, no sé por qué me gustaba tanto. Puede que fuese, precisamente, el contraste entre ese aire catastrófico tan “mortadelero” con que llevase en todo momento el traje lo que lo hiciese tan divertido. No había división entre superhéroe e identidad secreta (que no existía en esos años). En cualquier caso, no voy a describir a este personaje vagamente inspirado en Batman ni a su serie. Ya lo hice en su momento en un artículo (dos, contando la colección posterior). Sólo quería revivir la magia de aquel ritual.

Los ruidillos de Bust-a-move 4

Por Serenion

Soy consciente de que a día de hoy es un género muy mal visto, pero hoy he venido a hablar de un juego al que en su momento dediqué horas y horas. No es el primero ni el último de su saga. Ni siquiera estoy seguro de que sea el mejor. Pero llegó a mi vida en una época en la que no jugábamos necesariamente a lo mejor, sino a lo que había. Hoy os traigo el Bust-a-move 4, de Taito.

Estamos ante un juego de puzzles en los que tendremos que conectar bolitas. Sí, como esos juegos tragaperras de hoy en día. Solo que en este no hay que pagar por movimientos.

Es un juego largo, colorido y muy ameno, con una curva de dificultad bastante buena. Como reza el dicho: fácil de aprender, difícil de dominar. No es un juego corto, sino todo lo contrario: tiene más de seiscientos niveles (sin contar un editor) y más de diez personajes, por lo que estamos ante horas y horas de juego.

A lo que hay que sumar el multijugador a pantalla partida, donde la diversión se multiplica por mil.

Sin duda hay miles de propuestas a día de hoy similares, pero pocas con el carisma que desborda esta saga. A todos los que habéis jugado seguro que se os ha grabado en la mente la canción de Tam Tam, o los gritos de Dreg. Y ahora el tito Serenion os lo ha recordado. Y no lo olvidaréis en una buena temporada. De nada.

Mi primer contacto con la Tierra Media… Y una cinta rota

Por Alf

Siendo muy crío, estaba en casa de mi padre y, en Telemadrid, vi una película de animación que me atrapó. Tenía dibujos tradicionales, pero una serie de efectos visuales (muy básicos, pero resultones) y la mezcla de la animación clásica con filmaciones reales “coloreadas” por encima le daba un toque especialmente mágico y misterioso. Estaba ambientando en una época prácticamente medieval, y salían criaturas temibles. Desgraciadamente, la película duraba demasiado y me tuve que ir. No cupe en mí de la alegría cuando, al volver a casa, descubrí que esa misma película la había grabado mi madre en uno de aquellos VHS vírgenes que teníamos para alguna vez que emitiesen alguna peli interesante, o capítulos de series que me pillaban ya en el colegio. Parecía cosa de magia, como si me hubiese leído el pensamiento.

Esa película era El Señor de los Anillos, la adaptación animada de 1979, dirigida por Ralph Bakshi.

No me extraña que no la pudiese ver entera aquella vez. Duraba nada menos que dos horas y media. Y, además, su ritmo más de uno lo encontraría soporífero. No para mí, desde luego. Ese mundo mágico supuso mi primer contacto con la Tierra Media, antes de que Peter Jackson lo volviese mainstream, con su variedad de razas benévolas y criaturas malignas, destacando de entre esas últimas los orcos, que empezaban siendo de aspecto amorfo en Moria, más adelante, cornudos con colmillos de vampiro y terminaban siendo predominantemente una especie de inexpresivas calaveras. Siempre me pregunté qué les hizo a los creadores cambiar de tipología. ¿Serían razas diferentes? ¿Cuál de ellas era cada uno, y por qué era así dentro del mismo ejercito de Saruman? En todo caso, nada como ver a ambas fuerzas, las del bien y las del mal, verse las caras en el campo de batalla, sobresaliendo, cómo no, el Desfiladero de Helm (así lo traducían en esa peli).

Vi tantísimas veces esa película que acabé rompiendo la cinta por el uso

Aquellos bollos grasientos con sorpresa

Por Serenion

Cuando era muy joven viví muy fuerte el boom del merchandising. Star Wars, Power Rangers, Robocop, Terminator, Motorratones de Marte… Da igual qué saliera, todo tenía un merchandising brutal. Pero si había algo que me generaba hype (palabra que no se usaba en esa época) eran los dinosaurios. Y el señor Antonio Bollicao, el gran creador de Bollicao y causante de mi sobrepeso y del tuyo, lo sabía. Así que decidió que era una buena idea poner cromos de Parque Jurásico y de El Mundo Perdido en este grasiento y suculento pan de bombón relleno. Y caímos. Decenas, cientos de cromos inundaron las calles. Triceratops y Stegosaurios repetidos por doquier. Niños que con sus superpoderes lograban adivinar qué cromo saldría (con ayuda de la grasa del propio bollo). Cobro por cromos, intercambios masivos y robos. Todo por una estampa adhesiva que muchos nunca pondrían en su álbum, álbum que muy pocos terminaron. Porque el señor Antonio Bollicao supo jugar sus cartas y estoy más que seguro que aún hay cromos de aquella colección sin salir a la calle.

Te odio, Antonio Bollicao. Pero echo de menos esos bollos grasientos.

La primera película de Pokémon, en el cine de mi barrio

Por Alf

Un ser sobrenatural, producto de la ingeniería genética abre los ojos por primera vez en su corta existencia. Se halla en medio de un gran laboratorio científico, con miembros del personal por doquier, admirando su nueva creación. No tarda en descubrir que no es más que eso, un simple sujeto de experimentos, y que esos humanos jamás le verán como algo más. Embargado por la rabia, decide volar las instalaciones con sus misteriosos poderes, haciendo perecer a todo aquel que se encontrase en él

Esa temática tan oscura no era otra que la de la primera película de Pokémon. Sin duda fue sorprendente, teniendo en cuenta que es una serie muy edulcorada, en la que sus personajes raramente se ven entre la vida y la muerte. No, al menos, hasta ese nivel, con una amenaza de apocalipsis cirniéndose sobre ellos y con unas peleas crudas, si las comparamos con los estándares de la serie en cuestión (pese a lo que digo de ésta, me gustaba igual, y me llevé mi disgusto cuando dejaron de emitirla todas las tardes en Telecinco para pasarla a los fines de semana).

Fui con toda la ilusión del mundo al cine más cercano (que por aquel entonces estaba casi al lado de mi casa). No importaba que una compañera de colegio me hubiese hecho spoiler de toda la película. DE TODA. Mi fanatismo era tal que me era indiferente, y la disfruté igual. Eso sí, con cierto malestar por mi tía, que me acompañó. No sabía si se esperaba un argumento tan relativamente oscuro para el producto que se suponía que era.

Aventuras gráficas a golpe de teclado con Indy

Por Alf

Todavía resuenan en mi cabeza los sonidos que emitía el ordenador de mis padres, el Intel 286, el primer PC que hubo en esta casa. El ruido de los ventiladores arrancando, esa especie de chasquidos metálicos del altavoz interno que acompañaba la numeración creciente del chequeo previo del sistema (o lo que sea que estuviese haciendo), un zumbido misterioso que no sé muy bien de dónde venía, y que me sonaba como a “robótico” y, finalmente, el pitido que suena en ordenadores más recientes al arrancar, seguido de los ruidos típicos del disco duro trabajando. Tras esto, aparecía en la pantalla negra el clásico “C:\” desde donde escribir los comandos de dirección del archivo que se quería abrir. Como ocurre ahora en “símbolo del sistema” (o en el emulador DOSBOX), pero de forma constante. No había Windows. Todo era MS-DOS.

Son varios los juegos que he ido analizando en esta página. Prehistorik, Prince of Persia, Alley Cat… Pero hay algunos que difícilmente puedo comentar en artículos elaborados, como aquel surtido de juegos más simplones posibles, tanto que a veces apenas lograba entender su mecánica, de lo abstractos que eran. Otros eran más complejos como el de Indiana Jones y la Última Cruzada (¡tan complejo que no cabía en un diskete normal de 1,44 megas! ¿Cómo habrá entrado ahí, si no había otro reproductor?), pero como apenas avancé en él, no tengo mucho que decir. La verdad es que tampoco era tan complicada la parte en la que me atasqué, pero igualmente me quedé pillado poco después, la vez que lo retomé hace no tanto, mediante emulador.

Eso sí, por mucho emulador que haya, nunca volverá ese sonido enlatado del altavoz interno (el de los altavoces es menos primitivo) y tampoco ese tedio nostálgico de manejar una aventura gráfica sólo con el teclado (no teníamos ratón). Bueno, la verdad es que eso último se puede hacer, pero prefiero usar ratón. El nivel de nostalgia no compensa el del tedio, en este caso.

Las enseñanzas de La Princesa Mononoke

Por Serenion 

Dudaba sobre cómo terminar este tema del mes. ¿Un cierre o hablar de algo? Pero hoy Netflix me lo ha puesto fácil. Porque mi hija quería ver Totoro. Como todos los días del mundo. Mi casa es una oda a Mi vecino Totoro. Peluches, juguetes ¡hasta mi gata se llama Totoro! Pero hoy dije no. Hoy quiero rememorar mi infancia ghibliana. Así que hemos puesto La Princesa Mononoke. Quizás a muchos os suene a no tan lejano, pero hablamos de una película que tiene la friolera de 25 años. Una oda a la naturaleza, al cambio y a lo efímero de la vida. Una película que con su música, su arte y su mensaje me revuelven el alma cada vez que la veo. Un ejemplo de aquello que en mi infancia me caló y que a día de hoy llevo por bandera. Voy a aprovechar para daros un mensaje que espero que os cale. Pero no me extenderé: Tempus fugit amigos. Tempus fugit.

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